lunes, 11 de julio de 2011

Marcelo, "el de Revilla"

Mirad que cuento más bonito ha hecho y publicado la Fundación Santa María de la Real sobre la iglesia de Revilla, con el fin de iniciar a los niños en el mundo del románico, dentro de su Plan de Intervención Románico Norte. Preparaos para disfrutarlo.


Marcelo, “el de Revilla”.

“Hace muchos, muchos años hubo una vez un niño llamado Marcelo que vivía en un pueblecito de la montaña que se llamaba Revilla de Santullán. Marcelo tenía 5 años y sus padres trabajaban la tierra muy duro para poder darle de comer todos los días.
Marcelo, que era muy listo, ya se había dado cuenta de todo y pensó que lo mejor que podía hacer era aprender mucho. Así que le dijo a su mamá que quería ir con otros niños a aprender a leer y escribir cuando acabase el verano.
Cuando acabó el verano Marcelo fue a casa de una vecina, que es la que enseñaba a leer y escribir a todos los niños del pueblo ya que entonces no había colegios y la mayoría de la gente no sabía leer ni escribir.
Pero a Marcelo le parecía que todo lo que estaba haciendo era poco para ayudar a sus padres. Así que pensó que tenía que hacer algo más.
Justo ese año habían empezado a hacer la iglesia del pueblo y allí estaban trabajando los albañiles, los carpinteros, los que preparaban las piedras, los que hacían el tejado y todos los que poco a poco iban haciendo la iglesia.
A Marcelo se le ocurrió que podría trabajar allí en la iglesia, así que un día cuando salió de casa de la vecina fue a pedir trabajo al jefe de la obra. Al verle allí el jefe de la obra, se quedó mirándole y le dijo que era muy pequeño para trabajar en ella. Pero tantas veces se lo pidió que al final le dijo que podría ayudarles y que al final de cada semana le daría la paga como a todos los demás. Marcelo era muy obediente y a todos los que trabajaban allí les cayó muy bien.
Todos los días cuando salía de casa de su vecina de aprender a leer y escribir, iba a la obra de la iglesia e iba haciendo todo lo que le pedían.
- ¡Marcelo!. Trae un poco de agua. –le decía el albañil.
- ¡Marcelo!. Vete a por unas puntas para clavar la madera. –le decía el carpintero.
- ¡Marcelo!. Dile al herrero que me hace falta un martillo. –le decía el hombre que estaba en el tejado.
Y así trabajaba en la obra y además de aprender todo lo que enseñaba su vecina, iba aprendiendo a hacer un montón de cosas. Sabía como se clavaban las puntas en la madera, sabía como se colocaban las piedras unas encima de otras para hacer las paredes, aprendió también como ponían las tejas en el tejado y muchas cosas más. Los viernes por la tarde, después de salir de clase, el jefe de la obra le dejaba que jugara con los demás niños.
Sus papas estaban muy contentos con él por que trabajaba mucho para poder ayudarles. Y aunque la propina que le daban en la obra era poco, lo que más les gustaba a ellos era que él lo hacia para ayudarles.
Un día, al volver a casa Marcelo por la tarde, después de trabajar, encontró a su padre mirando al tejado con cara de estar preocupado.
- ¿Que te pasa papá que te veo mirando el tejado? –Preguntó Marcelo.
- ¡Hola hijo!. Es que se ha hecho un agujero en el tejado y ya queda poco para que llegue el invierno. –contestó su papá apuntando al agujero.
- No te preocupes papá, yo sé como arreglarlo, lo he aprendido en la obra.
- Ya hijo, pero no tenemos herramientas para arreglarlo. -Le dijo su papá.
- Mañana les diré que me las dejen y lo arreglaremos. –Contestó Marcelo.
Al día siguiente, después de salir de clase se fue como todos los días a la obra de la iglesia. Al llegar les dijo a todos lo que le pasaba en su casa, pero también les dijo que no le hacía falta ayuda para arreglarlo, porque él sabía pero no tenía herramientas por que sus padres eran pobres.
Entonces dijo el albañil:
- No te preocupes Marcelo, ahora mismo te haré un martillo para que puedas clavar las puntas.
- Yo te daré unas tablas y una sierra para que puedas tapar el agujero. –Dijo luego el carpintero.
- Yo te daré un puñado de puntas para que puedas clavarlas con el martillo. –Dijo el herrero.
El jefe de la obra le dijo:
- Vete ahora mismo a tu casa y ayuda a tu padre a arreglar el tejado. Hoy te doy vacaciones, y si te hace falta algo más ven aquí y nos lo pides.
Muy contento Marcelo se fue para su casa con todo lo que le habían dado y antes de llegar ya estaba gritando llamando a su padre.
- Papá, papá, ya podemos arreglar el tejado, vamos.
Su padre salió de casa y vio a Marcelo con las tablas y las puntas y el martillo y la sierra y se puso muy contento pero le dijo a Marcelo que él no sabía arreglarlo porque como había trabajado toda la vida en el campo no sabía hacer otra cosa.
Pero Marcelo que era muy listo y había aprendido mucho le dijo:
- No te preocupes papá, yo sé hacerlo.
Y poco a poco su padre fue haciendo todo lo que le decía Marcelo.
- Primero quita las tablas rotas con esta sierra. Poco a poco su padre fue cortando todas las tablas que estaban rotas y alguna que estaba a punto de romperse.
- Muy bien –dijo Marcelo-, ahora hay que cortar las tablas que nos hagan falta para tapar el agujero.
Y su padre fue cortando las tablas que les hacían falta para ir tapando el agujero del tejado.
- Muy bien, ahora vete clavando las tablas que has cortado con el martillo y las puntas.
Y su padre fue clavando las tablas con cuidado hasta que tapó todo el agujero del tejado.
Y luego fue poniendo la paja que se colocaba encima de las tablas. Cuando ya había terminado de colocar todo, bajo su padre del tejado y abrazó a Marcelo le dio un beso y le dijo:
- Estoy muy contento de que seas tan listo, tan trabajador y tan obediente.
Y cuentan que cuando Marcelo se hizo mayor, sabía hacer de todo y pronto se convirtió en el jefe de la obra.
Y cuentan que la iglesia de Revilla de Santullán es de las más bonitas de todas porque Marcelo se encargó de que la terminaran muy bien”.


¿Os ha gustado? Pues desde aquí damos las gracias a Aniceto que ha sido quien nos lo ha hecho llegar. Si algún otro socio encuentra algo más, interesante para todos, agradeceríamos que nos lo hiciérais llegar.

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